ZOE
- Maria Hernandez
- 29 mar 2019
- 2 Min. de lectura

No notas nada especial.
De hecho, no es la primera vez que bajas al valle de huesos secos. Haz estado ahí otras veces.
Es el mismo valle donde viste morir tus sueños, tus anhelos, tu esperanza y lo poco que quedaba de amor en ti, convertirse en un montón de huesos secos.
Siempre es el mismo escenario. Sin compañías, ¿quien querría acompañarte ahí? Es frío, tenue, silencioso. Tan silencioso que podrías escuchar el eco de tú voz.
Andas como de costumbre, por el mismo camino ya marcado por la suela de tus zapatos. Cabizbajo, depresivo... Esta vez, un ruido te hace levantar la mirada y ahí esta ¡es Jesús! ¿Como no lo habías visto antes? Quizás porque se trate de la primera vez que observas algo más que el piso. Jesús siempre había estado ahí.
Claro que tienes mucho que decirle, tanto que preguntarle y considerables cosas que expresar, pero como siempre te sorprende con una pregunta. Una pregunta que vale destacar ya te habías respondido antes. La habías respondido cuando dejaste de orar por resurrección y lo sabes desde que viste morir el ultimo signo de esperanza en ti. Sonríes y lo dejas esta vez a respuesta de Él. Que todo lo puede.
“Entonces me dijo: —Anuncia un mensaje profético a estos huesos y diles: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! Esto dice el Señor Soberano: ‘¡Atención! ¡Pondré aliento dentro de ustedes y haré que vuelvan a vivir!”
Ezequiel 37: 4-5.
Habías estado tantas veces en ese valle. Tú viste descomponer esos huesos hasta quedar casi en polvo y si hay alguien que sabe la distancia el uno del otro, ese eres tú. Lo intentaste todo por revivirlos y solo cuando hablaste VIDA escuchaste el silencio romperse, viste los huesos JUNTARSE y unirse hasta ser esqueletos.
Tu más que nadie conoces la diferencia entre verlos juntarse y verlos unirse: juntos recibirán lo que piden, pero unidos sucederá lo que Jesús dijo y ahí en ese valle ocurren los dos.
Nuevamente, casi sin pensarlo y con una expectativa mágica te ves repitiéndolo una vez más: VIDA. Abres y cierras los ojos y ya no hay esqueletos que ver. Ahora vez cuerpos enteros y un gran ejercito dispuesto a conquistar.
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